2. Primeros pobladores

2.1 Nuestros ancestros

Ancestros

Cuando la Península Ibérica comienzan a recibir a los primeros buhoneros y visitantes fenicios y griegos esta se encontraba poblada por un variopinto conjunto de tribus que superaban el centenar. Los conocimientos que tenemos de estos primeros pobladores son, ciertamente, escasos: restos arqueológicos y algunas referencias de los antiguos historiadores y geógrafos griegos y romanos.

Por supuesto, tratar de concretar el origen de estos primeros pobladores es, más que complicado. Según parece, una parte podrían ser el resultado de migraciones de indoeuropeos que atravesaron los Pirineos, que ya conocemos la atracción que levanta España entre los habitantes de la Europa central, tal vez otros pueblos ya estaban asentados aquí, desde mucho antes. Dejaremos esta cuestión a los sesudos arqueólogos y lingüistas, que por aquellas épocas aún no teníamos historiadores.

Las áreas de influencia, de los distintos pobladores de la Península, no deja de ser una referencia muy general y sometida a divertidas discusiones por parte de los historiadores patrios, subvencionados, claro está, por las diversas autoridades políticas, con intereses identitarios.

Los nombres de estas tribus son estrambóticos y de fonética complicada. Supongo que serían adaptaciones, a su propia lengua, de aquellos lejanos historiadores. Tenemos términos como: lusones, titos, belos, carpetanos, vacceos, vetones, turmódigos, berones, autrigones, caristios, várdulos, cántabros, astures, galaicos, lusitanos, turdetanos, bastetanos, oretanos, mastienos, libiofenices, contestanos, edetanos, ilergetes, suesetanos, ausoceretas, bagistanos… Parece mentira que algunos pocos nombres, nada comerciales, hayan trascendido los siglos y sean la denominación genérica de los habitantes de algunas regiones de la actual España.

Para evitar tener que recordar tal cantidad de palabras, de imposible fonética, los libros de texto los resumen en: celtas, iberos y celtíberos. No deja de ser una agrupación de conveniencia, derivada de algunas similitudes culturales y de un cuestionable origen común. Nos quedamos con que las tribus localizadas en las ricas zonas agrícolas y mineras del sur y levante de la Península estarían pobladas por los iberos y que la Meseta y zona norte por los celtas. En medio, una zona donde la separación era más complicada de concretar y que, los historiadores, ni cortos ni perezosos, decidieron denominar celtíberos, que tampoco hay que romperse la cabeza.

Eso si, cuanto más hacía al norte de la Península, más brutos parecían ser sus pobladores. Según parece, el contacto de las zonas del sur y el este, con las civilizaciones del Mediterráneo era un factor de civilización y desarrollo. Aún cuando mucho tenía que ver, igualmente, los recursos agrícolas y minerales de ciertas zonas.

Sea como fuese, la realidad era la existencia de más de cien tribus, cada una con sus peculiaridades y enfrentadas todas contra todas. Las trifulcas e incursiones guerreras eran constantes y constituían una característica muy propia de los pobladores patrios. No nos debería resultar extraño, así pues, que esta tradición ancestral haya llegado hasta nuestros días y, no sólo, en forma de aguerridos equipos de futbol que hacen frente a las otras tribus en la anual competición liguera, pues la rencillas se manifiestan igualmente, si bien con más delicadeza, en el ámbito de las actuales autonomías políticas. Claro, así no es nada sencillo gobernar este país y “templar gaitas” entre tanta tribu de salvajes enfrentadas.

El fervor guerrero de nuestros antepasados se refleja en varios escritos de antiguos historiadores, que relatan como cantaban mientras eran crucificados, o los suicidios colectivos si el jefe moría. La reputación guerrera de nuestros antepasados es reconocida, y no sólo por la película “Gladiator”, pues los ejércitos de Europa se rifaban, por integrar en sus filas, a los honderos baleares, por poner un sólo ejemplo. En la actualidad el espíritu guerrero de nuestros deportistas (el refinamiento o la técnica ocupa un escalón inferior), es su característica más destacable que siempre aplauden nuestros periodistas deportivos (especialmente cuando se pierde). Incluso en algunas disciplinas deportivas el equipo femenino nacional es conocido como “las guerreras”. Por algo será, digo yo.

De aquellos aguerridos pobladores de la Península Ibérica, nos ha llegado hasta nuestros días, algunas costumbres que ya resultaban pintorescas para los primeros turistas de nuestras costas mediterráneas. Claro que quien nos cuenta estas costumbres es el griego Estrabón, al servicio de Roma, que tamiza sus escritos conforme a la civilización grecolatina (y no podría ser de otra forma). Y ya sabemos de la calenturienta imaginación de los griegos para montar relatos. No obstante, y por divertidos, no puedo dejar de poner algunos ejemplos:

  • Los lusitanos se alimentaban principalmente de un pan que amasaban con harina de bellota y carne de cabrón (el macho de la cabra, naturalmente). Hoy, preferimos utilizar las bellotas para alimentar al cerdo ibérico, y comernos el jamón, mucho hemos avanzado, digo yo. Además, cocinaban con manteca, bebían cerveza, practicaban sacrificios humanos y tenían la costumbre de amputar las manos de sus prisioneros.

  • Los hombres y las mujeres bastetanos bailaban cogidos de la mano una especie de sardana, calentaban la sopa introduciendo una piedra candente en el cuenco o en la bolsa de piel que la contenía. Supongo que estando los bastetanos asentados en la zona de la actual Granada, serían inmigrantes andaluces los que llevaron la sardana a Cataluña, para cabreo de los nacionalistas catalanes, claro está.

  • Entre los cántabros se observaba la curiosa ceremonia de la covada: el presunto padre guardaba cama y fingía los dolores del parto mientras la genuina parturienta seguía labrando el campo, indiferente, o se afanaba en las labores domésticas, y así daba a luz. Además, mandaban las mujeres, ellas heredaban y casaban a sus hermanos: o sea, una ginecocracia, régimen que algunas feministas quieren imponer, aunque Estrabón (Geografía, III, 4, 17-18) lo considera incivilizado.

  • Los astures, por su parte, observaban la higiénica costumbre de enjuagarse la boca y lavarse los dientes con orines rancios. No entiendo la sorpresa de los romanos por dicha costumbre, ya que Plinio el Viejo (lo más parecido a un científico de la época) describió en sus obras, los beneficios de la orina para multitud de males cutáneos. Eso si, indicaba que la orina que se debía utilizar era la del propio receptor. Todo un detalle.

  • Los celtíberos eran crueles con los enemigos, pero compasivos y honrados con los forasteros que se les acercaban pacíficamente, hasta el punto de que se disputaban la amistad del visitante y derrochaban para agasajarlo. Quemaban los cadáveres de los que mueren de enfermedad, pero los de los guerreros caídos en combate los ofrecen a los buitres, a los que consideran animales sagrados. Como se ha perdido esta ecológica costumbre los buitres, en la actualidad, es una especie amenazada de extinción en la Península Ibérica. Que le vamos a hacer.

  • Los vacceos practicaban una especie de comunismo consistente en repartir cada año las tierras y cosechas de acuerdo con las necesidades de cada familia. El politburó era extremadamente severo: ejecutaban al ciudadano que ocultaba grano o hacía trampa. Ya se sabe que el comunismo no se lleva bien con la moderación o las matizaciones.

Bien, como ejemplos de la variada diversidad cultural es suficiente. Nos quedamos con la inexistencia de una concepción global de unidad política, cultural o de otra índole.

2.2 España

Lo curioso es que para los visitantes extranjeros si parecía haber una unidad, digamos territorial, de la península. Fenicios, griegos y romanos aportaron un criterio de unificación a esta amalgama de tribus. Todos habitaban España.

Si, mi sorprendido lector. España fue el nombre que pusieron a la Península los primeros fenicios que recalaron en nuestras costas. Claro que se lo pusieron en su idioma y con su fonética. Su origen es la raíz fenicia SPN que fonéticamente se debe pronunciar SaPhaN y que significa “conejo”. Y es que nuestras tierras estaban literalmente plagadas de estos simpáticos roedores. Cuando los fenicios ponían los pies en nuestras costas debían salir de todas partes y, claro, los fenicios, sorprendidos, gritaban y señalaban ¡SaPhan!, ¡SaPan! Los romanos tomaron este vocablo y lo adaptaron al término, más conocido en la actualidad, de Hispania y a sus pobladores los denominaron hispanos. Hay otras teorías, respecto al origen de la palabra España, pero como no hay un consenso entre los sesudos historiadores, me quedaré con la que más simpática. Que quieren que les diga, para gustos colores.

Sería interesante conocer la razón por la cual en la actualidad este término de hispano se reserva, exclusivamente, para los pobladores de América del Sur y Central y para el combinado nacional de balonmano.

Los griegos también pusieron su granito de arena con la palabra de Iberia (no confundir con las aerolíneas antes española y ahora Dios sabrá), es decir tierra del río “Iber” que es, no podría ser de otra forma, el Ebro. Dicen, no obstante, que originalmente era un río de la provincia de Huelva, pero luego el nombre se utilizo para el actual río Ebro y se hizo extensible a toda la región y a todos sus pobladores.

En nuestros días, y para no entrar en conflictos con nuestros vecinos portugueses, utilizamos el término para referirnos a la totalidad de la Península que, evidentemente, incluye tanto a España como a Portugal (aun cuando en mi opinión debería ser un único país y, si no, al tiempo).

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