En la era de internet y de la comunicación global la adopción de ciertas ideas, principios o valores sociales adopta la característica de la inmediatez. Por ejemplo, está ampliamente aceptado que el ampliamente extendido modelo capitalista requiere de medidas de supervisión y control. Si se permitiera que los individuos actuaran movidos por su propio interés y sin ningún tipo de control restricción los efectos serían perjudiciales para la sociedad en su conjunto. Los modelos económicos estatales, cooperativos o colectivizados no parecen dar unos resultados muy convincentes.  Hoy parece aceptarse, hasta en China o incluso incipientemente en Cuba, que la iniciativa privada y la propiedad privada tienen que tener un mayor o menor ámbito de actuación y que al Estado le corresponde establecer las medidas de control y supervisión para evitar monopolios, practicas fraudulentas o la explotación de la clase obrera. En función de la ideología imperante se impondrá la estatalización de un mayor o menor número de sectores que, supuestamente, son estratégicos para la Nación y sus ciudadanos.

Como digo parece que la única discusión al respecto es la mayor o menor medida en la involucración del Estado en la actividad económica.

Todos asumen que “libre competencia” de Adam Smith necesita ser controlada ya que la “mano invisible” que definía el economista parecía no regular los excesos de los individuos dejados a su libre albedrio y a la competencia. Cierto nivel de supervisión y control está aceptado incluso por los acérrimos y convencido ultra libérales.

Es decir, las decisiones de los individuos en libertad no siempre conllevan una mejora en el colectivo. Pues bien, esta máxima parece que no es de aplicación cuando las decisiones que tienen que tomar los individuos están en el ámbito político. Es ampliamente aceptado que el mejor sistema de gobierno es la democracia fundamentada en el voto universal. En este caso, por el contrario, no hay que poner ningún tipo de restricción a la decisión del individuo. Lo que vote la mayoría será lo mejor para toda la sociedad en su conjunto -o al menos lo menos malo-.

Es uno de los pocos ámbitos donde no existe ningún tipo de control o regulación. Hasta para poder conducir un vehículo a motor se exigen exámenes, prácticas previas, y se puede quitar el permiso de conducir por no respetar las normas de tráfico. Todos los ciudadanos, dentro de unos márgenes de edad, tienen el derecho a conducir, pero previamente, tienen que acreditar conocimientos y aptitudes y luego cumplir las normas. De otra forma se pondría en riesgo ya no la integridad del conductor si no la del resto de ciudadanos.

Ello no ocurre con el derecho al voto en democracia. Aquí cualquier tipo de restricción se podría entender como una forma de limitación de la libertad en democracia por el interés de algún partido político o facción. De forma similar ocurre con los candidatos o políticos que se pueden presentar su candidatura -salvo sentencia expresa por tiempo limitado impuesto por un tribunal después de un juicio-. En principio se puede presentar cualquiera independientemente de sus competencias e historial delictivo. Igualmente, cualquier limitación será interpretada como una forma de limitar la democracia y la igualdad de todos.

Estimo que los riesgos para la sociedad de unos gobernantes ineptos son mucho más dañinos que los que genera un conductor torpe o desaprensivo. Entiendo que el peligro que muchos perciben es el criterio y la mayor o menor objetividad de los que tengan que definir cuando alguien es apto para presentarse a un cargo o para depositar su voto. No obstante la misma objeción le podríamos poner a los sistemas de justicia de los distintos países. Al final hay un sistema que se supone justo para determinar si alguien se pasa el resto de su vida en la cárcel o no. De la misma forma en muchos países se establece una especie de examen para que un residente pueda acceder a la nacionalidad y nadie ha clamado al cielo.

Lo cierto es que los sistemas democráticos son sistemas basados en la opinión pública y las mayorías. Pero la opinión pública y las mayorías se pueden manejar con medios de comunicación de masas. Por ende, las decisiones, que muchas veces deberían tomarse, no son para nada populares y ello es independiente de la ideología o de la bondad de la causa. Así, por ejemplo, un gobierno con mayoría verde podría decretar la prohibición absoluta de los coches a motor para evitar el calentamiento global. Con seguridad no sería muy votado en la siguiente convocatoria electoral. Los individuos, al igual que cuando actúan en el sistema económico capitalista, son egoístas cuando depositan su voto. Estarán, con seguridad, dispuestos a votar a favor de un aumento de las pensiones que suponga un mayor endeudamiento del Estado aun cuando las consecuencias de pagar la factura les correspondan a las próximas generaciones. De la misma forma nunca votaran a una opción política que entiendan que supone un perjuicio económico directo personal aún cuando sea claramente beneficioso para el colectivo global. El individuo es el mismo cuando gestiona su dinero, conduce o vota. Pero cuando decide que hacer con el dinero o conduce no puede tomar cualquier decisión y cuando vota si.

El otro gran problema de la democracia son los políticos. Individuos, al fin y al cabo, que son por naturaleza egoístas y, por supuesto, no están en política para ayudar desinteresadamente al prójimo. Muy posiblemente más ambiciosos que el resto de sus conciudadanos -alcanzar el poder requiere de un alto grado de ambición- y seguramente menos competentes para la gestión que una gran mayoría de sus votantes -no en vano su profesión es la política que no aporta muchos conocimientos de nada realmente útil-

Pero, ¿existe algún modelo político mejor que la democracia? Puede que no. Los modelos democráticos parecen haber respondido bien durante la reciente historia de la humanidad si lo comparamos con otros modelos. Pero hay que ser cuidadosos con las afirmaciones categóricas. Al fin y al cabo la historia democrática es bastante exigua comparada con los miles de años de la presencia del hombre en la Tierra. Para colmo ahora la mayor democracia de USA se ve amenazada por el mayor potencial económico de una dictadura: China; además comprobamos que un sistema, nada democrático, como el la Iglesia Católica continúa manteniendo su modelo después de casi 2000 años de existencia.

Pienso que las cosas no son buenas o malas de manera absoluta y fanática. Para muchos la decisión del Reino Unido de salir de la Unión Europea -el llamado Brexit- ha sido un error descomunal. Ahora bien, nada que objetar ya que ha sido una decisión democrática mediante votación. Igualmente se podría decir de la elección de Donal Trump en USA o el reciente ascenso de VOX en las elecciones andaluzas. ¿En que quedamos? Los resultados democráticos son siempre buenos o no.

Los analistas políticos, tertulianos y políticos se dedican a realizar sesudos análisis de las razones del voto, las tendencias y cosas similares. Yo, posiblemente menos competente para dicha tarea, me permito el lujo de lanzar una idea de la tendencia del voto. Para ello separo los partidos políticos en dos bandos – hipótesis excesivamente simplificadora pero útil para mi razonamiento- los conservadores o de derechas y los progresistas o de izquierdas. Pues bien, cuando la sociedad en su conjunto se encuentra en una situación relativamente confortable, es decir no percibe excesivos riesgos en lo físico y en lo económico, la tendencia será a votar a la izquierda. Cuando el individuo tiene la sensación de seguridad y confort se siente más proclive a ayudar al prójimo -puro instinto genético-. Por el contrario, cuando percibe riesgos y cierto temor votará a la derecha ya que entiende que actuará con mayor competencia para resolver las crisis económicas y salvaguardar a los ciudadanos de las amenazas exteriores ya sean por la inmigración o la inseguridad ciudadana propia o terrorista. Si excluimos los modelos comunistas o socialistas por imposición dictatorial, tipo Venezuela, Cuba o Corea del Norte, los modelos realmente democráticos que están más hacía la izquierda lo son por que pueden. Es el caso de los países nórdicos y cuando aumenta el paro, la crisis económica, las avalanchas de inmigrantes o los procesos separatistas el ciudadano teme por su seguridad económica y física y votará a la derecha.

Esto no siempre ocurre así y puede que ante una situación de inseguridad o miedo se vote a la izquierda. Por ejemplo, en el caso de que exista un riesgo de un conflicto armado los votantes tenderán a votar al partido que asegure que no entrará en guerra o conflicto armado. Así sucedió tras los atentados de Atocha en Madrid. En otras palabras, de altruismo poco o en caso contados, de egoísmo lo más. Y además, no podría ser de otra forma.

De todo lo anterior se podrían plantear algunas ideas para mejorar los llamados sistemas democráticos -en tanto alcancemos un nuevo ideal de modelo de gobierno-. Estás son algunas:

  1. Separación real de poderes ejecutivos y legislativos. Los diputados elegidos por votos sólo podrán legislar. El ejecutivo será elegido por dichos diputados sobre una base de candidatos que tendrán acreditadas competencias y no podrán ser políticos o estar inscritos en partidos políticos. El Congreso sería similar a la Junta de Accionistas y el Gobierno los Ejecutivos elegidos por dicha Junta de Accionistas que los controla y define directrices generales.

  2. Listas abiertas. Se votan a personas y no a partidos.

  3. Limitación de la capacidad de voto por edad y residencia. La decisión de voto de los no residentes no les afecta, afecta a los que si viven en el país e igual consideración a partir de ciertas edades.

  4. La condena firme de prisión inhabilita de por vida el derecho al voto. Sobran los comentarios.

  5. Eliminar las circunscripciones electorales. El voto de un ciudadano debe valer igual en todo el territorio. La representación territorial compete al Senado y no al Congreso.