Dictadura genética

Seres vivos y ADN

Toda la materia con los que están hecho los seres vivos –y por supuesto esto incluye a los seres humanos- está presente por doquier. No hay en los seres vivos ningún tipo de átomo, elemento químico o materia diferente o especial. Lo único que diferencia a un ser vivo de –digamos- una piedra es la distinta forma en que están combinados y organizados sus átomos. ¿Es posible? Pues si mi perspicaz lector.

Si hay una característica común a todos los seres vivos es que nacen, crecen, se reproducen y mueren. Dicho proceso –digamos vital- está regido y orquestado por el famoso ADN.

Si lo anterior es sorprendente igualmente lo es pensar que todos los seres vivos tienen un origen común. Los científicos han demostrado, sobradamente, la elevada coincidencia de los ADN de los distintos seres vivos y el origen común de todas las especies vivas.

Por razones desconocidas –casualidad o intervención divina- en un remoto momento una serie de elementos químicos –donde predominaba el carbono- se enlazaron y unieron de una forma especial y dieron lugar al primer ADN que, para entendernos, no deja de ser más que un código, un conjunto de reglas que determinan la forma en que el ser vivo se desarrolla y, lógicamente, se comporta o actúa -dicho con otras palabras: se relaciona con su entorno-

En mi opinión, el tremendo éxito del ADN se debe a dos reglas genéticas: sobrevivir y transmitir el código genético a las siguientes generaciones. De hecho, si la hipótesis de trabajo fuera que alguna especie no tuviera dichas reglas podríamos afirmar, rotundamente, que la misma habría dejado de existir –o lo hará en breve-.

La evolución del ADN –el primer ser vivo-  es igualmente algo que no deja de maravillarnos. ¿Cómo es posible que de un primer organismo unicelular haya generado tal diversidad biológica? ¿Cómo es posible que nosotros seamos los descendientes de una simple ameba? Muchos tendrán la tentación de manifestar que es imposible y que ineludiblemente ha tenido que intervenir un ser superior. Bien, lo cierto es que la ciencia nos ha dado sobradas explicaciones para que podamos entender –cuando menos atisbar- el proceso de la evolución.

Y, lo curioso, es que toda la diversidad biológica se basa en un proceso de prueba y error. La combinación del ADN de los –vamos a decir progenitores- produce un nuevo ser vivo con una cierta combinación de los atributos de sus progenitores. Pero, adicionalmente, la transmisión genética es imperfecta y se producen –muy habitualmente- errores o cambios genéticos bruscos -los científicos lo de denominan mutaciones-. De esta forma tenemos dos elementos que producen cambios en las generaciones de seres vivos: por un lado la selección natural que determina que sólo los más aptos, los mejor adaptados a su entorno, sobreviven y transmiten su código genético y, por otra parte, la combinación y modificación brusca -mutación- en la transmisión de códigos genéticos que producen cambios más importantes en nuevos individuos que, igualmente, son puestos a prueba en la batalla por la supervivencia.

Es interesante e instructivo como el proceso evolutivo ha dejado su huella en todos los seres vivos. El proceso es como el de las capas de una cebolla, cada nueva evolución se superpone a la anterior. Por ejemplo, nuestros ojos -una maravilla evolutiva sin parangón- han evolucionado desde un ojo primigenio que estaba adaptado al mundo acuático. Si hubiera sido diseñado, desde el principio, para ver en tierra firma hoy tendríamos, con seguridad, una vista mucho más eficiente y mejor adaptada a la tierra firme.

 


Seres humanos y ADN

Cuando miramos a la diversidad biológica y la disparidad de comportamiento de los seres vivos no podemos por menos que pensar que es imposible que todo esté determinado y dirigido por el ADN y dos únicas reglas. Nos decimos que debe haber algo más que aún no entendemos o no hemos sido capaces de descubrir.

Ciertamente pensar que el comportamiento de una manada de lobos, las hormigas, o de los pájaros este regido por el ADN resulta complicado de asimilar. No digamos ya si nos referimos a los seres humanos. En este último caso diremos que los hombres, gracias a nuestra inteligencia y capacidades superiores, hemos superado los instintos animales y somos capaces de actuar guiados por otros principios distintos y superiores a los meramente genéticos.

En definitiva, vendríamos a decirnos que los animales se comportan por su instinto animal –el ADN- y que los seres humanos hemos sido capaces de superarlo –es decir hemos superado la dictadura de nuestro ADN-.

Yo, por el contrario, tengo la sensación de que el ADN sigue ejerciendo una dictadura real sobre el comportamiento de todos los seres vivos e, igualmente, de los seres humanos. Soy de la idea que el comportamiento humano –tanto el más básico de respirar, tener miedo, retirar la mano de una superficie caliente… como el más racional- están regidos por la autoridad del ADN.

Efectivamente es muy posible que algunos individuos no tengan ningún interés en transmitir su código genético o, incluso, ganas de vivir, pero parece evidente que, en tal caso, tienen pocas probabilidades de transmitir su código genético a nuevas generaciones.

Es posible que el hombre este comenzando a dar la batalla a la dictadura del ADN. Pero me temo que no será una cuestión sencilla y, desde luego, con efectos importantes en el medio plazo.

 


Manadas y tribus

La agrupación de individuos parece haber sido una evolución genética con indudable éxito. El proceso evolutivo seguramente se inició con a la progenie (el recipiente contenedor del valioso ADN transmitido). El éxito de esta protección –podemos decir que de tipo familiar-, que permitía una mayor supervivencia y éxito en la transmisión del código genético, se fue generalizando desde la familia a grupos más amplios.

Ahora bien, lo que deberíamos pensar es que el ADN de cada ser vivo en concreto es tremendamente egoísta y poco dado a lo que llamaríamos conciencia social. El individuo trata de sobrevivir –aún a costa del prójimo o del entorno- y de transmitir su código –no le importa para nada el del vecino y, por supuesto, mucho menos el ADN de otras especies vivas-. Otra cosa es que el individuo que forma parte de un colectivo no pueda estar en permanente conflicto con el riesgo de no sobrevivir. Así pues, las reglas sociales, de convivencia o, incluso, los estatus sociales son una respuesta para aprovechar las ventajas del colectivo y evitar la autodestrucción de los propios individuos.

Algunos dirán que, es lo más inteligente. Yo diría que no se trata de inteligencia –en los términos que utilizamos para referirnos a las capacidades de los seres humanos- ya que las reglas de convivencia social se pueden identificar claramente en muchas especies y, en general, en todos los animales que viven en manadas. En cualquier manada se puede identificar el jefe, distintos roles, reglas de comportamientos y muchos aspectos de relación social. Dicho lo cual, las reglas sociales no son un resultado de la inteligencia humana.

De igual forma, la ambición por el poder y la riqueza o el estatus social no es un invento propio de los seres humanos. Es algo genético y asociado a la capacidad de supervivencia. Ciertamente, el líder en una manada de animales es el primero en comer y el primero en transmitir su código genético. Así pues, estatus social, poder, riqueza -y cosas similares- están genéticamente asociadas a una mayor probabilidad de sobrevivir y una mayor probabilidad de tener éxito en la transmisión del código genético.

Yo diría que la ambición y el egoísmo no son una aberración de los hombres –o un pecado- es algo definido genéticamente durante miles de millones de años de evolución. Los individuos con mayor éxito, mayor poder social y mayores recursos materiales tienen más probabilidad de perpetuar con más amplitud su codificación genética. No tengo duda que somos el resultado de millones de años de evolución de otros seres que han logrado sobrevivir y transmitir su legado. No podemos pensar que no tenemos ninguna herencia genética de esos ancestros luchadores despiadados que pudieron competir y ganar a otros muchísimos competidores que estaban peor adaptados, eran menos ambiciosos o menos luchadores.

Hace ya tiempo pude leer un artículo –posiblemente con escasa base científica- que venía a decir que en un estudio realizado se podía comprobar como las personas bien parecidas físicamente eran, con mucha más probabilidad, personas inteligentes, bien formadas y con buena posición social y económica. La argumentación venía a decir que los hombres con más éxito en la vida tenían la capacidad para casarse con las mujeres más bellas (visión machista pero bastante realista) y que el resultado de su descendencia era –con una mayor probabilidad que no quiere decir que siempre sea así- más guapos, más listos y mejor preparados. Dicho lo cual parece razonable pensar que nuestro egoísta ADN no ponga muchos frenos a que su portador tenga ambición por el poder y la riqueza material.

 


Las religiones

Muchos seres vivos tienen conciencia de su entorno. Se relacionan con el mismo por diversos medios y a distintos niveles. En la mayoría de los casos su posibilidad de supervivencia radica en sus capacidades para interpretar su entorno. Igualmente hay muchos seres vivos que son capaces de predecir las consecuencias de ciertos actos –en otras palabras anticipar el futuro- como resultado de la experiencia o, incluso, el adiestramiento de sus progenitores. Adiestrar a un cachorro es un proceso por el cual el animal llega a entender aquellas acciones que pueden suponer un cierto desagrado o, por el contrario, una satisfacción. Es una relación directa de causa y efecto adquirida por la repetición.

Los seres humanos vamos un paso más adelante. Somos capaces de establecer más relaciones de causa y efecto aun cuando no sean el resultado de nuestra experiencia directa. Es decir, podemos relacionar experiencias dispares y deducir consecuencias no experimentadas. Por consiguiente, podemos imaginar alternativas y diversidad de posibilidades.

Esta capacidad lleva, casi de forma directa, al exponencial desarrollo de lo que llamamos inteligencia. No es otra cosa que la curiosidad. Tenemos una necesidad casi imperiosa de comprender la razón y la forma en que se desarrollan los hechos en nuestro entorno. Y no es casual ya que en gran medida la supervivencia de nuestros antepasados -los que nos han transmitido nuestro código genético- pudieron sobrevivir gracias a entender y comprender mejor su entorno -incluso a modificarlo para su propia seguridad y supervivencia-

Pues bien, la regla de supervivencia de nuestro ADN y la necesidad de controlar y entender nuestro entorno, junto con el miedo más profundo e intenso que produce darse cuenta de que vamos a morir, un día u otro, han llevado a los seres humanos a crear el concepto de Dios y, en definitiva, la idea de religiosidad. Es la forma que tiene nuestro organismo de tranquilizar a nuestro ADN –que ya sabemos que tiene una regla marcada a fuego y sangre por sobrevivir- diciendo que las cosas que suceden y no entendemos son el resultado de unas fuerzas superiores o divinas y que, además, después de la muerte hay otra vida o existencia. Ya hemos tranquilizado a nuestro ADN y podemos dormir.

Unas religiones se fundamentan en el concepto del Dios único, otras de la existencia de seres superiores, otras del proceso de reencarnación, etcétera. En definitiva hay un concepto común: la existencia de un plano -superior- de existencia y posterior a la vida presente.

No resulta extraño, por consiguiente, que la religiosidad esté más acusada en los individuos de mayor edad y sea un concepto de escaso éxito entre los más jóvenes.

 

CONTINUARA…

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