Demografía y cambio climático

El origen del problema

En los países más ricos existe un evidente problema de envejecimiento de la población. Japón o España se enfrentan a la no sostenibilidad de sus modelos económicos y sociales ante la baja natalidad y el incremento de la esperanza de vida. Por ello nos resulta complicado percatarnos de una realidad más global y preocupante.

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Cuando nací (a una edad muy temprana como diría Groucho Marx) la población de la Tierra era, aproximadamente, 3000 millones de seres humanos. En 2017, última información de la que dispongo, somos 7700 millones. La gráfica que representa la evolución demográfica es de una contundencia aplastante.

En 1798 Thomas Malthus en su “Ensayo sobre el principio de la población” fue el primero en señalar que sin causas limitativas la población se doblaba cada 25 años. Alertaba que crecimiento de la población seguía una progresión geométrica y, por el contrario, la producción de bienes y alimentos en la mejor de las situaciones soló crecería de forma aritmética.

Karl Marx fue uno de los primeros en criticar las teorías de Malthus indicando que los avances en la ciencia y la tecnología permitirían el crecimiento exponencial de los medios de subsistencia para mantener a una población creciente.

Efectivamente Marx tenía razón y fue lo que ocurrió. 

La llamada revolución verde, iniciada en la segunda mitad del siglo XX, permitió y ha permitido el crecimiento de los alimentos de una forma exponencial, pero ello ha sido a costa de generar serios problemas medioambientales. La desaparición de ingentes masas forestales destinadas al cultivo, la utilización masiva de herbicidas, insecticidas y abonos químicos, la producción de ganado en condiciones de hacinamiento extremo, etc. 

Si ahora existe un serio problema de degradación ambiental me vengo a preguntar ¿cuál será la situación dentro de 25 años cuando la población superará, casi con toda seguridad, los 14000 millones; y en 50 años más con más de 28000 millones? Bueno, no tendremos que esperar mucho dentro de 50 años lo podrán ver los jóvenes de hoy.

En el Occidente, más acomodado, existen múltiples movimientos sociales que activamente promueven la eliminación de energías contaminantes del petróleo, el cierre de centrales nucleares, la eliminación de insecticidas, herbicidas y abonos químicos, acabar con los centros productivos destinados a la cría masificada de animales, suspender las investigaciones genéticas y la producción de alimentos transgénicos o proteger los espacios naturales.

Ahora bien, ¿cómo se pretende alimentar a las próximas generaciones de seres humanos y proporcionarles la energía imprescindible para su razonable subsistencia?

No debemos despreciar los cientos de iniciativas que periódicamente se promueven para hacer un consumo más razonable, pero de nuevo me vuelvo a preguntar: ¿tienen dichas medidas un impacto real en la mejora de los problemas o son un mero postureo mediático? 

Supongo que los 7000 millones de nuevos habitantes que nacerán en los próximos años no se andarán con disquisiciones ecológicas si tienen hambre. Y van a tener mucha hambre si la producción de alimentos no se duplica. 

Algunos científicos, véase el caso de Stephen Hawking, plantean que la única solución para los seres humanos es la conquista de nuevos planetas. Posiblemente sea posible en el largo plazo pero, en el medio, y es el preocupante la solución pasa por ver como este planeta puede mantener a tamaña población de seres humanos. 

¿Se mitigará el crecimiento demográfico en el futuro próximo? 

En absoluto, sin factores externos correctores como grandes catástrofes naturales, pandemias o guerras devastadoras la población seguirá creciendo a un ritmo vertiginoso. 

Como he tenido la oportunidad de comentar en otros artículos el ADN es bastante más egoísta de lo que pensamos. El ADN es insensible y le importa un pimiento lo que pueda sufrir el propio individuo que lo transporta y, ya no digamos, el vecino.  

De hecho, las especies que más éxito han tenido lo han sido a costa de perjudicar al propio individuo. Por ejemplo, las gallinas son una especie que desde el punto de vista genético han tenido un éxito tremendo. Hay miles de millones y ello gracias a que los individuos estén hacinados, de por vida, en granjas para ser alimento de los seres humanos. De igual forma nuestros ancestros, recolectores y cazadores, eran con seguridad más libres, más felices y tenían mejor salud que cuando la revolución agrícola, en el Creciente Fértil, les llevó a convertirse en granjeros hacinados en insalubres chabolas, atados a sus miserables terruños, supeditados a unas inseguras cosechas y mal alimentados. 

Efectivamente, para el ADN un ser vivo es un mero transporte temporal que tiene que cumplir bien con la función de sobrevivir y transmitir el ADN a nuevos seres. No hay que darle muchas vueltas ni engañarse: cada uno de nosotros somos el legado genético de millones de años de seres que han luchado, ganado y transmitido su herencia genética (los mejores). Todos nuestros antecesores lucharon, con éxito, por sobrevivir y transmitir código genético. Ningún estuvo dispuesto a dejar de existir voluntariamente por malas que fueran sus condiciones de vida y tampoco a limitar su descendencia (su ADN no se lo permitía y no nos lo permitirá)

Por lo tanto, la expansión demográfica con características exponenciales no parece que pueda detenerse.

¿Hay o se vislumbran soluciones ?

Si no hay forma de limitar el crecimiento exponencial de la población deberemos enfrentarnos a crecientes conflictos, a la hambruna y escasez de alimentos y al progresivo cambio ecológico y climático.

Nos queda la esperanza de la ciencia y la tecnología -igual que ya ha ocurrido en el pasado- Lo que intranquiliza es que gobiernos y ecologistas parecen estar más por los postureos buenistas que por adoptar medidas que tengan un impacto real del tipo: 

  • Producir especies vegetales y animales transgénicas más eficientes y resistentes y que puedan ser usadas para otras funciones adicionales a la alimentación (por ejemplo producción de energía mediante biomasa)

  • Extender el uso de la energía nuclear hasta que las llamadas energías limpias puedan ser una alternativa real y no una ensoñación -como ocurre ahora-.

  • Propiciar los viajes espaciales y avanzar en la creación de estaciones estables en la Luna y Marte. No son, hoy por hoy, una opción habitable, pero si pueden ser almacenes de desechos peligrosos de la Tierra o ser una fuente alternativa de recursos minerales. Además cuanto más tarde comencemos la carrera espacial peor nos ira.

Todas estas vías de solución requieren importantes cantidades de tiempo, esfuerzos e inversiones. Así que cuanto más tiempo perdamos con injustificables modelos ideológicos y pancartas populistas menos tiempo tendremos para que la solución se produzca por la vía de grandes cataclismos. 

Por mucho que se puedan empeñar los movimientos ecológicos y los llamados progresistas (que de hecho son lo contrario en estos temas) la única forma de implantar de forma real y generalizada sus idearios sería acabar con la existencia de unos 5000 millones de seres humanos cada 20 años.  

Lo que hay ahora es, efectivamente, una sensibilización social respecto a la sostenibilidad de nuestros ecosistemas que utilizan políticos y demagogos para hacer su agosto y que retrasan la adopción de medidas efectivas Podemos poner algunos ejemplos de esta afirmación: 

  • El reciclaje casero ayuda más bien poco a no contaminar. A lo que si ayuda es a reducir los costes de los Ayuntamientos. No me puedo imaginar que un número elevado de hogares estén separando, y llevando cada cosa a su contenedor o lugar concreto de recogida: papel, vidrio, plásticos, pilas, medicamentos, residuos químicos, aceite de cocinar, bombillas, aparatos electrónicos, etc. Casi sería mas eficaz que cada comunidad de propietarios contratará un servicio específico de clasificación y de recogida de basura (desde luego la logística del proceso sería mucho más eficiente y menos contaminante que el actual)

  • Comer sano y ecológico me parece algo excelente para nuestra salud (reducimos el riesgo a ingerir insecticidas, herbicidas o antibióticos administrado al ganado) y, además, mejoramos la calidad de vida de los animales. La única pega es que el precio es considerablemente mayor (no podría ser de otra forma si la producción es muy inferior y menos eficiente) y no se podría alimentar a toda la población. Así pues, sólo los más pudientes se benefician de dichos beneficios. Los más seguirán teniendo que consumir los llamados productos no ecológicos. Se trata de una mera selección de consumidores y una estrategia de marketing. Esto no mitiga, para nada, el problema ecológico.

  • En países con problemas de sequía, como es el caso de España, los ecologistas se ponen estupendos cuando impiden los transvases entre cuencas hidrográficas. La idea es salvaguardar los ecosistemas de las cuencas y la virginidad de sus niveles hídricos. La solución, que parecen asumir con todos los beneplácitos, son las desaladoras. Pues ya digo que contaminan más que todos los coches que circulan por una ciudad. No sólo emiten CO2de forma importante en el proceso de desalación es que, además, generan unos importantes residuos de sal que literalmente arrasa todo su entorno terrestre y marítimo. Me resulta sorprendente tantas manifestaciones ecologistas para el cierre de centrales nucleares y tanta comprensión con las desaladoras. En este caso es un mero problema de egoísmo (inherente a nuestro ADN): lo que tengo es mío y el que venga detrás que arre.

  • Los planes energéticos orientados a las tecnologías limpias tienen un componente mediático y poco efectivo en reducir los niveles de emisión -sólo la producción de los componentes de un molino eólico produce más emisión de CO2que lo que se puede ahorra en 20 años de vida útil (y no digamos la contaminación visual que produce y la cantidad de aves que se carga). Es mero postureo político para parecer que el político de turno es un tipo de verdad comprometido con salvar la Tierra del problema ambiental. En paralelo se cierran las centrales nucleares con el aplauso de ecologistas y, por supuesto, pagamos unos recibos de luz que hacen temblar al más pintado para subvencionar dichas políticas. Ni que decir que las empresas que hacen un uso masivo de la energía, digamos cementeras o hornos de fundición de metales, ponen pies en polvorosa y se instalan en otros países. Contaminan igual pero ahora un poco más lejos y todos tan contentos. Es como no tener centrales nucleares en España y comprarles la energía a los vecinos franceses que las tienen a cientos. Ojos que no ven corazón que no siente, que diría alguno.

  • La ojeriza enfermiza e indocumentada con los productos transgénicos me parece alucinante. Como diría Einstein: “hay dos cosas infinitas, la estupidez humana y el Universo. Y del Universo no estoy seguro”. De hecho, todo lo que comemos hoy se puede considerar transgénico. Incluso nuestras mascotas son transgénicas. Algo es transgénico por que el material genético se ha alterado por técnicas no naturales. Pues bien, es lo que llevamos haciendo cientos de miles de años para que un lobo se haya convertido en un caniche o que el trigo no sean las escuálidas espigas salvajes de nuestros ancestros. Eso si, ahora se pueden producir las mutaciones genéticas en un laboratorio y ver cual resulta más provechosa en poco tiempo. Posiblemente especies como gallinas o vacas habrían evolucionado de forma muy distinta si no las hubiéramos seleccionado y protegido. Nadie debe equivocarse, nuestro caniche es un transgénico y no digamos nosotros mismos. 

Las presiones de grupos ecologistas, animalistas y partidos políticos están generando un importante número de leyes y políticas que pretenden proteger el medio ambiente. Igualmente hay iniciativas a nivel mundial para reducir la emisión de gases contaminantes.

Se puede justificar que la sensibilización por unos consumos más razonables y pequeños esfuerzo de muchos individuos permiten mejorar nuestro entorno ecológico. Efectivamente se puede comparar la muy diferente situación de degradación ecológica que se produce en los países más pobres comparada con la existente en países más ricos y comprometidos con la sostenibilidad. 

Pero la terrible realidad es que son gotas en la infinidad del océano. Lo que se está haciendo es crear pequeños guetos para ocultar la realidad planetaria. Los efectos de la contaminación de las aguas o del aire no es algo que se pueda contener con muros y, además, muchas de las llamadas políticas verdes son meras proclamas populistas más destinadas a generar imágenes de responsabilidad (para aumentar las ventas o los votos) que medidas que efectivamente sean eficaces.

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