Covid 19

Covid
Covid

Será el tema recurrente durante muchos años y sus consecuencias tendrá un fuerte impacto, social y económico, durante décadas e incluso a perpetuidad. Las cuestiones de debate son múltiples:

·    El origen de la pandemia y sus características.

·    El papel de las organizaciones mundiales y los estados

·    Las medidas para evitar su propagación y su impacto económico.

·    Las razones del diferente impacto por países o regiones y, por supuesto, en nuestro país.

·    La posible futura vacunación.

Y, en todos los casos, lo sanitario o científico, se mezcla con lo político o ideológico. La situación es aún más desconcertante ya que los expertos tampoco tienen certezas científicas ni una visión unívoca.

Pero todas estas posiciones, muchas veces en feroz oposición, están caracterizadas por un único factor aglutinador: el miedo a lo desconocido.

Efectivamente el miedo es lo que realmente esta moviendo todo lo concerniente a la pandemia. Como bien sabemos, en estado de pánico, la razón y la lógica poco tienen que hacer.  

Miedo a lo desconocido 

Esta en la naturaleza humana buscar una explicación que le permita protegerse de los peligros que le acechan. La humanidad se ha enfrentado a muchas pandemias y las respuestas han tenido siempre dos elementos comunes: identificar la causa para ponerla remedio y, buscar a los culpables de los males. 

En la Edad Media las pandemias eran castigos de carácter divino y, consecuentemente, los expertos vestían sotana. Los ciudadanos miraban a sus lideres religiosos en busca de respuestas, las cuales solían consistir en espiar los pecados (con formas que en muchas ocasiones eran brutales y contraproducentes), o perseguir a cualquier colectivo que supuestamente ofendiera a Dios (judíos, brujas, malos cristianos, etc.)

Hoy, el origen de las cosas es hombre y no Dios. Son los hombres los responsables de las catástrofes y, por consiguiente, está en su mano evitarlas o erradicarlas. Ahora la mirada de pánico se dirige hacía los políticos -arropados por sus expertos- que nos darán el bálsamo de fierabrás, evitarán la enfermedad y resolverán los problemas económicos.

De igual forma se buscan a los responsables de las penurias. Bien pueden ser las organizaciones mundiales, los políticos corruptos, mentirosos y nada eficaces, o los ciudadanos irresponsables que no siguen los dictados de la autoridad.

Origen de la pandemia y características

Hoy la ciencia dispone de más información y conocimientos que cuando se extendió, por ejemplo, la gripe de 1918. De hecho, en dicha época, fue cuando nació la virología. Pero, los conocimientos específicos del Covid-19 son muy escasos y casi todo , incluidas medidas preventivas, origen y medidas terapéuticas, se está basando en la experiencia sobre virus similares. Todo parece indicar que se inicio en China, pero se discute sobre su origen. Se han mencionado diversos animales como murciélago o pangolín, pero igualmente, se ha barajado su posible fuga fortuita -según otros intencionada- desde algún laboratorio. Al respecto, y en estos momentos, sólo hay conjeturas.

Se ha secuenciado una parte de su genoma (aun no la totalidad) y se ha reconocido como un coronavirus con un índice muy alto de contagio y una sintomatología similar a la gripe, pero con una gravedad y mortandad más elevada, especialmente en personas de cierta edad y que tiende a saturar los sistemas sanitarios.

Los principales órganos afectados son los respiratorios, si bien parece que puede infectar otros órganos y se han descrito múltiples síntomas asociadas (pérdidas del sentido del olfato y el gusto, problemas en la piel, y un sinfín de posibles efectos. Uno de los grandes problemas, con este virus, es que afecta de forma muy distinta a las personas (sin que se tenga ninguna base científica sólida para identificar la razón), de hecho, parece que la gran mayoría de personas contagiadas con el virus no presentan ningún tipo de síntomas y, por lo contrario, se asume -con escasos fundamentos científicos- que son portadores y potenciales transmisores del virus.

Lo cierto es que el nivel de contagios y el nivel de mortalidad del virus fue menospreciado en el comienzo de la pandemia. Muchos recordaran las afirmaciones de nuestro responsable, Fernando Simón, en marzo de 2020. Se vaticinaba que el número de contagios sería muy reducido en España y se alentaron a manifestaciones como la manifestación feminista del 8M o la no necesidad de utilizar mascarillas.

Con todo, y siendo cautelosos, se podría decir que el índice de mortandad, considerando los contagiados oficiales, estaría entre un 2 y un 3%. Es decir, un índice relativamente bajo comparado con otros virus y que parece atacar con más gravedad a personas con defensas bajas, patologías previas, o la tercera edad.

Transmisión

Han transcurrido más de seis meses desde el inicio de la pandemia y se sigue discutiendo e investigando sobre la forma en que se puede transmitir el virus, sobre las características inmunológicas de quienes se contagian y no presentan síntomas, sobre la capacidad de propagación de los asintomáticos, los periodos de incubación, o el tiempo de permanencia de anticuerpos. En definitiva, hay pocas cosas seguras. Los científicos analizan e investigan diversas hipótesis que, al poco, están corriendo como pólvora por la opinión pública sin que se hayan podido contrastar o verificar y que, al poco, son rebatidas por otros científicos.

Un ejemplo lo tenemos con el medio de transmisión del virus. Inicialmente se habló de las famosas “goticulas” como portadoras del virus. Por dicha razón, el distanciamiento social y el aseo de las manos eran los remedios recomendados para evitar el contagio. Al poco, algunos científicos alertaron sobre que los aerosoles también podían contener virus activos y reclamaron a la OMS que reconociera dichos estudios. Se comenzó, en ese momento, a reclamar el uso de las mascarillas y medidas más duras de distanciamiento. Pero, no tardaron mucho tiempo en identificar virus activos en productos congelados o, incluso, en las heces de personas contagiadas.

Igualmente se decía que los animales domésticos no suponían un riesgo de propagación, pero se ha identificado el virus en gatos y en las granjas de visones que parecería que han contagiado a personal de las granjas. Esto ha llevado al sacrificio de cientos de miles de visones.

En estos momentos los aspectos en los que los científicos parecen tener una mayor coincidencia serían:

·      Transmisión aérea, tanto por “gotículas” como por aerosoles.

·      Escasa transmisión por el contacto con objetos (lo que no ha implicado una reducción en las tareas y los recurso destinados a la desinfección de todo lo que se pueda tocar).

·      Mayores riesgos de contagio en lugares cerrados y mal ventilados.

·      Aumento de la gravedad y riesgos de muerte en personas de la tercera edad y en aquellas con enfermedades previas.

 

Tratamiento

Pasa aquí lo mismo que con el origen y la transmisión. Poco o nada se conoce. Los tratamientos médicos comenzaron utilizando medicamentos y tratamientos que habían sido utilizadas en situaciones similares. Por prueba y el error se han ido descartando aquellas medidas terapéuticas que parecían originar más problemas que beneficios. Un ejemplo ha sido las terapias de intubación que, en muchos casos, producían más problemas que beneficios y que se practicaban a casi todo el mundo cuando el cuadro clínico se agravaba. Hoy esta terapia se restringe mucho más y solo se aplica en casos más concretos.

Al igual que con los medios de transmisión o con la gravedad de la enfermedad se han abierto muchos campos de investigación que son aireados, antes de tiempo, sin el menor sustento de verificación. Poco más tenemos en estos momentos.

 

Medidas de prevención

Las medidas de prevención que se han ido adoptando, en según que sitios y en según que momentos, se podría decir que son las mismas que las que se adoptaron en anteriores pandemias de principios del siglo pasado -poco se ha avanzado-. Las podemos enumerar como sigue:

·      Confinamiento duro de los ciudadanos

·      Confinamientos perimetrales

·      Cierre o limitación de aforos en lugares de ocio y de reunión social

·      Uso de mascarillas

·      Distancia de seguridad social

·      Higiene de manos.

·      Desinfección de zonas, superficies o productos

·      Pruebas de presencia del virus, incluidos los cribados de colectivos o zonas, con sus correspondientes confinamientos selectivos.

·      Pruebas de anticuerpos

·      Seguimiento de contactos y confinamientos selectivos

Ninguna parece que haya tenido una respuesta efectiva y ello por varias razones.

Los confinamientos duros parecen reducir los índices de contagios y, por consiguiente, el número de defunciones, pero en cuanto se levantan los confinamientos -que no son posibles de mantener por mucho tiempo- los rebrotes son constantes. Por otro lado, extender «sine die» el confinamiento no siempre cumple sus objetivos, especialmente en zonas con alta densidad de población o sin capacidad para un confinamiento efectivo. Esto se ve en Argentina, por poner un ejemplo, con un confinamiento duro que se alarga durante siete meses y que, para sorpresa de todos, muestra en septiembre de 2020, el segundo mayor índice de contagios, por cada cien mil habitantes, del planeta.

Efectivamente, cuando se pretende confinar a colectivos de renta baja, que necesitan salir todos los días para ganarse el sustento de la familia y que viven hacinados el resultado es el contrario al pretendido. Esto sin contar con la falta de atención sanitaria de otras dolencias y enfermedades como resultas de los confinamientos.

Hay, incluso, profesionales de la medicina y de la epidemiología que mantienen que los confinamientos no reducen las curvas de transmisión. Lo que mantienen es que cuando la propagación ya se ha extendido (que es cuando se imponen estas medidas) la propagación se habría detenido, igualmente, sin haberse impuesto restricciones a la movilidad.

Lo mismo ocurre con las famosas mascarillas. Su uso diario y en cualquier entorno produce dos efectos contraproducentes: se tiende a no utilizarla en lugares cerrados no públicos (cuando seguramente es cuando sea más necesaria) y reutilizarla durante unos tiempos excesivos (habría que cambiarlas dos veces al día) lo que hace que pierdan su efectividad y que, incluso, sean un reservorio de múltiples gérmenes. Esto sin contar con la imposibilidad de muchas familias para adquirir la gran cantidad de mascarillas que puede necesitar durante un mes.

En lo referente a las pruebas PCR o serológicas las dificultades y problemas no son menores. Por un lado, especialmente al inicio de la pandemia, fallaban más que una escopeta de feria. Por otro, una prueba PCR te indica si estás contagiado hoy, no mañana y las pruebas serológicas de existencia de anticuerpos no garantizan el tiempo de validez de dichos anticuerpos o si se puede seguir, o no, contagiando.

Otras de las debilidades de los llamados PCR son que sólo identifican si existe una parte del genoma en el individuo analizado. No identifica, por el contrario, si se trata de un virus activo -pueden ser restos del virus muerto o de otros con características similares- y tampoco la carga vírica existente. De hecho, una persona contagiada, con un buen sistema inmunológico podría haber vencido a la enfermedad, lo cual implicaría una reducción de la carga de virus, y dar positivo en la prueba.

Finalmente, con unos índices de contagio tan elevados, las pruebas PCR de cribado son absolutamente ineficaces e, igualmente, los mecanismos de seguimiento de contactos resultan materialmente imposibles.

En definitiva, solo se trata de esfuerzos para tratar de ralentizar el nivel de contagios a fin de no colapsar los sistemas sanitarios que, por el sistema de prueba y error, han ido mejorando los tratamientos terapéuticos y reduciendo el índice de mortandad.

Medios de comunicación

No hay que menospreciar el papel de los medios de comunicación en la gestión del Covid-19. En un mundo con unos sistemas tecnológicos al alcance de todos los ciudadanos las noticias, por cualquier medio de comunicación, se hacen virales (nunca mejor dicho) en cuestión de horas.

No es necesario profundizar en la atracción que tienen los medios por el sensacionalismo y los individuos por destacar en las redes sociales. Han sido, precisamente, los medios de comunicación y los individuos activos en las redes sociales los que han producido un pánico generalizado, tanto en los individuos, como en los políticos.

Desde el principio de la pandemia se han adoptado unos mecanismos de comunicación muy similares a los utilizados durante un conflicto militar. De hecho, los términos bélicos han acompañado a los titulares de los medios o las ruedas de prensa de los políticos. Las estadísticas, o partes diarios de guerra, son la cabecera de todos los medios; incluso el Gobierno de España hacía comparecencias diarias de los responsables de la gestión de la pandemia donde se incluía a los tres altos cargos de las fuerzas de Seguridad del Estado (Policía Nacional, Guardia Civil y Ejercito) dando parte del número de actuaciones y controles, detenidos o multas impuestas.

“Toques de queda”, “Esta guerra la ganamos todos juntos”, “víctimas de la pandemia” y términos similares son de uso generalizado por los medios. Resultado: un pánico desmedido en la población que reclama más medidas para evitar la extensión de la pandemia sin atender a razones o al más minimo sentido común.

Era y es el medio adecuado para imponer un pensamiento único. Cualquiera que pusieran en entredicho o cuestionara las versiones oficiales o las normas impuestas era tachado de “negacionista” y ridiculizado. La cosa no se quedaba ahí. Los Colegios de Médicos de España llegaron a amenazar con expedientar a los médicos que pusieran el más mínimo reparo a las actuaciones y medidas adoptadas por el Gobierno.

La totalidad de los periodistas y tertulianos se han convertido, de la noche a la mañana, en unos virólogos expertos que instruyen a los ciudadanos sobre que hacer para no contagiarse, como mejorar sus defensas o que medidas son efectivas y cuales no. La entrevista más demandada y buscada es cualquier científico o responsable sanitario y la noticia más deseada el que alguna celebridad haya dado positivo en un PCR.

Ha sido y es, el mayor experimento a nivel mundial, de como manejar a la opinión pública. Los políticos, siempre atentos, han utilizado esta situación para hacerse con el control de los ciudadanos, restringir las libertades y reafirmar la necesidad de un Estado mayor y más controlador.

Organizaciones y autoridades desconcertadas y atemorizadas

El papel de la OMS en esta pandemia ha sido ampliamente criticado, no podría ser de otra forma, y las críticas han sido muy especialmente duras sobre su complicidad con China (evidentemente Donal Trump ha sido un claro instigador de estas críticas). Claro que si hubiera declarado la pandemia antes o hubiera alertado más drásticamente en su inicio habría sido tachada de alarmistas y de estar confabulados con los intereses de la industria farmacéutica.

Los gobiernos, por su parte, han adoptado posiciones no siempre unánimes en la respuesta frente al virus. Al principio, cuando el Gobierno español manifestaba que no eran necesarias medidas, que se podían hacer manifestaciones con total seguridad o que apenas habría un par de casos en España, cualquier opositor a dicha posición era tachado de alarmistas. Después, con cientos de medidas, prohibiciones y confinamientos, las personas que se oponían eran tachadas de negacionistas e irresponsables.

Los políticos de cada país han seguido diversas estrategias para controlar la pandemia. En muchas ocasiones dichas medidas eran más el resultado del miedo del político a ser señalado por la inacción que a medidas realmente efectivas. En otras, venían a reflejar los posicionamientos ideológicos de mayor o menor estado, mayor o menor libertad a los ciudadanos y a las empresas, de los partidos en el poder y los de la oposición. Nada nuevo bajo el sol.

Lo cierto, no obstante, es que una gran mayoría de los países occidentales han optado por medidas más o menos drásticas, que han perjudicado de forma catastrófica al entramado económico. Sin duda los sectores del transporte y del ocio y turismo han sido los principales damnificados, tanto durante las crestas de la epidemia, como durante el horizonte del medio plazo. Y por ello, España, es uno de los países que peor parado saldrá de esta situación. Lo prueba el hecho de ser, junto con Italia, uno de los principales receptores de los fondos especiales habilitados por la Unión Europea para paliar los efectos económicos negativos del Covid-19.

Por lo general, y con sus consabidas excepciones, los políticos de la izquierda han mantenido una posición más radical de confinamientos y reducción de la libertad de los ciudadanos aduciendo que sin salud no hay economía. Por su parte, los políticos de la derecha han priorizado la economía y la libertad de los ciudadanos ya que sin recursos no se puede mantener una buena sanidad.

Pero en ambos casos, la presión de los ciudadanos y de la oposición de turno, han llevado a tomar medidas de restricción en mucho caso sin sentido, poco eficaces, cambiantes o contradictorias. La propaganda era lo más importante.

Salvo en Suecia, donde el centro epidemiológico que dirige la actuación contra la pandemia no depende de los políticos, y que ha optado por una estrategia de contención sostenible (su estimación es que la pandemia se mantendrá durante un mínimo de dos o tres años), en el resto de los países, la trifulca política ha sido una constante y las medidas de corto plazo (no sostenibles en el medio) una constante.

El distinto impacto en los países

Hemos comprobado como los contagios se han ido propagando como una especie de olas en un estanque y las comparaciones, entre regiones o países, han sido inevitables. Lo cierto es que las comparaciones son ciertamente problemáticas, tanto por los distintos criterios que se han seguido para contabilizar contagios y muertes como por las distintas estructuras sociales, económicas y políticas. Así, por ejemplo, en China sólo contabilizan como personas contagiadas las que tienen síntomas no aquellas que dando positivo no los presentan; luego tenemos los muy dispares niveles de pruebas realizadas en cada país -indudablemente la capacidad económica tiene un peso importante-, el grado de fiabilidad de las pruebas, o la distinta forma de contabilizar los muertos. Por ejemplo, en España sólo se contabilizan los muertos que previamente habían dado positivo en las pruebas y en Bélgica también se incluyen los que presentaban sintomatología compatible aún cuando no se haya realizado pruebas.

Otros plantean que el virus puede agravar las patologías previas de las personas y que una gran parte de las muertes no son propiamente producidas por el virus. Esta hipótesis parece encajar bien con el elevado porcentaje de muertos entre personas de la tercera edad en comparación con otras franjas de edades.

No hay que hacer énfasis en que, las políticas de comunicación e información de países con regímenes autoritarios, o en países con mucha escasez de recursos (incluso para recopilar unos buenos datos o realizar las pruebas PCR), pueden desvirtuar las comparaciones. De igual forma, uno de los aspectos señalados ha sido la actividad social y el contacto de los ciudadanos de ciertas regiones. Pero, igualmente, y suponiendo que un mayor contacto social favorezca la propagación, no se pueden dar razones para comprender las diferencias de nivel de contagios entre países de muy similar cultura. Sería el caso de España y Grecia.

Hay cientos de artículos en los medios tratando de dar razones para explicar las distintas incidencias entre países, pero ni siquiera la mayor densidad de población parecería dar explicaciones convincentes. Cierto es que los contagios se desarrollan a una mayor velocidad en las grandes urbes con importantes medios de transporte colectivo o en zonas con un mayor hacinamiento y menores niveles de renta, pero no siempre es así, por ejemplo, Tokio, mucho más densamente poblado, parece haber resistido mucho mejor.

Es como tratar de predecir el comportamiento de los valores en la bolsa. A toro pasado todos tienen argumentos muy lógicos, pero son pocos los que se pueden hacer ricos haciendo predicciones. Posiblemente los factores que favorecen o dificultan el contagio sea una combinación de muchos elementos, alguno de los cuales ni tan siquiera conozcamos aún.

El Covid-19 en España

Lo que parece que no tiene vuelta de hoja es que en España hemos liderado todas las estadísticas de contagios o muertos por millón de habitantes. Tanto en la primera ola, como en la segunda.

Cierto es que hemos sido de los primeros países occidentales en sufrirla (con algún margen en la primera ola sobre Italia) y está por ver el final de la película para poder hacer unas comparaciones más realistas y justas.

Lo que no se puede hacer es justificar las malas estadísticas con argumentos tan peregrinos como que los españoles y sus jóvenes son los más irresponsables del planeta. Supongo que tampoco deberíamos tener los más ineptos políticos del globo (cosa que suelo poner en duda en muchas ocasiones). No obstante, si tenemos algunas características diferenciales:

1.     Un sistema sanitario y político fraccionado en 17 reinos de taifas. Cuando al inicio de la pandemia, el Gobierno central adopto el mando único, se encontró con que no disponía de capacidades para adoptar dicho papel. La sanidad está delegada a cada Comunidad que son las que cuentan con los recursos y medios para su zona, pero no para abordar un problema global. Compras sanitarias fallidas, disputas entre las administraciones locales y centrales sobre los criterios aplicados, reclamaciones por la suspensión de las competencias autonómicas y cosas similares dieron lugar a una pavorosa situación donde los servicios médicos apenan disponían de los medios de protección personal. España fue donde el personal sanitario sufrió un mayor índice de contagios con la consiguiente bajas de dicho personal en momentos críticos.

2.     Un gobierno central muy débil y apoyado por comunistas y separatistas que tenía que dar satisfacción a sus socios por el miedo a perder el poder. En pocos días se paso del “aquí no pasa nada” hay que ir a la manifestación feminista, al confinamiento total de todo el país. Las medidas continuaron siendo cambiantes y supeditadas a los socios del Gobierno. Se pasó de no recomendar el uso generalizado de mascarillas, apoyándose en la posición de la OMS, a que algunas Comunidades Autónomas obligasen a su uso en todo momento (con multas por incumplimiento).

3.     Una vez que el confinamiento total y duro consiguió bajar la curva de contagios el Gobierno Central hecho las campanas al vuelo y dejo la gestión de la pandemia a cada autonomía, después de incitar a los españoles a recuperar la actividad en la llamada “nueva normalidad”. Se trataba de recuperar el turismo, tan importante en España, y recuperar una actividad económica que estaba ya en la UCI con respiración asistida. La situación fue, y es, demencial. Cada comunidad con sus normas, sus restricciones distintas, sus políticas sanitarias y sus recursos escasos. Los ciudadanos totalmente desconcertados y saliendo a toda prisa de zonas del país a otras para librarse de confinamientos o restricciones. Ello sin contar con la llamada al turismo nacional para evitar la catástrofe de la temporada turística sin la llegada de extranjeros. El Gobierno Central feliz de quitarse el problema de encima y traspasarlo a las Autonomías.

4.     En este caos los comunistas e independentistas encontraban el caldo de cultivo propicio para conseguir sus metas. La oportunidad para alcanzar un modelo republicano o la independencia eran evidentes en esta situación. La unidad para conseguir una reducción en las tasas de transmisión pasó a una posición secundaria. Si una residencia privada de ancianos tenía contagios y muertos se reclamaba la privatización del sector, si ocurría en una pública los responsables eran los políticos del partido contrario que la regían. Medidas reales y eficaces cero.       

  

La vacuna

En la actualidad existen muchos ejemplos y tipos de vacunas. Desde las que inoculan el virus activo pero atenuado, hasta los que inoculan alguna parte del genoma, modificado o no, para generar anticuerpos. Las que producen un efecto más contundente son las primeras, mientras que en las otras el efecto de los anticuerpos generados es temporal. Esto es lo que ocurre con la vacuna de la gripe y, seguramente lo que ocurrirá con la del Covid-19 si se llega a identificar. Pero también existen virus para los que no se ha podido encontrar una vacuna efectiva, tal es el caso del SIDA.

Lo que si es una evidencia es que las vacunas tardan una media de 10 años, desde que se inicia la investigación, hasta que las mismas se generalizan y son eficaces. No deberíamos pensar que esta pandemia se resolverá en un plazo inferior a los 4 ó 5 años. Ello nos llevaría a falsas esperanzas y, lo peor, a plantear soluciones no sostenibles en tales periodos temporales.

Es decir, habría que plantearse si es sostenible el confinamiento, dos o tres veces al año, hasta que una mayoría de la población esté inmunizada con una vacuna eficaz.

Opinión final

Ya somos 7.800 millones de seres humanos en el planeta. En 2050 alcanzaremos los 10.000 millones. Sin duda estas concentraciones producen efectos devastadores en la sostenibilidad del planeta y, como no, favorecen la aparición y rápida propagación de pandemias como el Covid-19. No será la última.

Afortunadamente la mortandad de esta pandemia es reducida, por el contrario, la respuesta de la sociedad mundial ha sido desmesurada y llevada, casi exclusivamente, por el pánico convenientemente alentado por políticos y medios de comunicación. Aseguro que las muertes colaterales de dicha respuesta serán mayores que las del propio virus (desempleo, hambrunas, otras enfermedades mal atendidas, etc.).

Desconozco cuántos años se ha logrado alargar la vida del colectivo de la tercera edad, pero, con seguridad, sean los que sean, se han conseguido con un tremendo impacto en las generaciones futuras que tendrán un horizonte muy sombrío.

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Utilizando algunas estadísticas oficiales, y haciendo algunos cálculos, se puede estimar que la edad media del fallecido en España por Covid-19. Tomando los datos de España al 5 de mayo de 2020 es superior a los 80 años. Pero si utilizamos los de la Comunidad de Madrid al 9 de septiembre, dicha edad media es de más de 82 años. Considerando que la esperanza de vida en España, de las más altas del planeta, es de 83 años podríamos conceder que el impacto de esta pandemia es, en términos de años en que se adelanta la defunción, más bien reducido. Incluso, y siendo cierto que se han producido muertes en todos los tramos de edad, también lo es que en su inmensa mayoría eran personas con enfermedades previas.

Cualquier muerte debe tratar de evitarse y de nada consuela pensar que su esperanza de vida, antes de contraer el virus era reducida. No obstante, por pura coherencia y para gestionar adecuadamente la pandemia estos datos hay que tenerlos muy presentes.

Recomiendo revisar las estadísticas del “MoMo”. Los históricos de defunciones suelen predecir con mucha exactitud los índices de mortandad, en situaciones normales, y mostraron unos índices muy superiores a lo previsible durante el primer pico de la pandemia. Lo sorprendente es que, poco después, los índices mostraron una clara mejoría haciendo que las defunciones fueran, incluso menores que las esperadas, en ciertos momentos. Es como ver un adelanto y concentración de las defunciones previstas en los cinco o seis meses siguientes. De la misma forma se puede observar como la segunda ola tiene unos índices de mortandad muy inferiores a la primera. Y ello no es debido a que dispongamos de una vacuna o de unos tratamientos más eficaces. Parece como si la primera ola hubiera acabado con aquellas personas con menores defensas y, en las siguientes, el número de candidatos fuera menor (ya que el índice de contagios ha sido incluso superior en la segunda ola).

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Sea como fuera la ingente cantidad de deuda generada, y por generar, será pagada por nuestros hijos y nietos. Ello sin contar con los graves perjuicios educacionales y sociales de restringir las relaciones sociales en estas edades.

En mi opinión, que es compartida por algunos científicos, la mejor respuesta habría sido tratar de proteger, incluso confinar, a los colectivos más vulnerables, tratando de educar al resto de la población sobre ciertas medidas de protección como la higiene, el uso de mascarillas en recinto cerrados o mal ventilados y una cierta distancia social. Medidas que puedan ser sostenibles durante varios años sin arruinar la vida, más o menos normal, y la economía. Esta es, precisamente, la respuesta adoptada por Suecia. En definitiva, aprender a convivir con este virus o los que vendrán.

 

Hoy es 5 de octubre de 2020. El futuro será el juez de lo ahora escrito.

 

 


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